La pandemia ha acelerado la penetración del comercio electrónico y de los servicios financieros a través de las fintech a nivel mundial. Algunas tendencias globales, sin embargo, se topan con ineficiencias en los mercados locales que generan fricción y retrasan su velocidad de adopción.
En el Perú contamos con un sistema financiero desarrollado y un mercado de capitales incipiente y poco profundo. Ello facilita que los bancos sean selectivos en el otorgamiento de créditos, particularmente a empresas pequeñas y medianas, y restrictivos en las condiciones que exigen al hacerlo.
En países más desarrollados el mercado de capitales actúa como contrapeso de los bancos. Múltiples proveedores especialistas ofrecen estructuras de financiamiento a la medida de las necesidades del deudor y aprovechan las oportunidades de arbitraje que se generan. Como resultado, los bancos son más competitivos, ágiles y agresivos en su propuesta de valor, pues enfrentan amenazas de proveedores nicho que muerden parte de negocios tradicionalmente bancarios.
Lamentablemente, en el Perú el número de inversionistas institucionales es reducido y no promueve el desarrollo de nuevos gestores y productos de inversión locales. Las AFP priorizan inversiones en gestores experimentados del exterior y las aseguradoras enfrentan restricciones que limitan el tipo de inversiones que pueden realizar.
Por el lado de los inversionistas individuales, éstos han tenido poca exposición a productos de inversión atractivos y mantienen su inclinación por el ahorro bancario y la inversión en ladrillo.
Sin embargo, en los últimos años hemos visto el surgimiento de family-offices locales dirigidos a gestionar las inversiones de familias de alto patrimonio y los bancos han respondido desarrollando nuevos productos de inversión e incorporando productos de terceros a su oferta. Esta dinámica favorece el desarrollo del mercado.
Desde el inicio de la pandemia los bancos se han visto forzados a reclasificar clientes, incrementar provisiones y restringir créditos. Esto debiera favorecer el surgimiento de fondos de inversión que ofrezcan alternativas de financiamiento no bancarias, entre ellas:
- La deuda privada, donde las empresas emiten deuda que es adquirida directa o indirectamente por inversionistas. Aquí el financiamiento puede ser de corto plazo (capital de trabajo, factoring) o de mediano plazo (leasing, reestructuración de pasivos). En muchos casos, la deuda privada reemplaza el financiamiento bancario ya que, aunque su costo es mayor, su estructura flexible se adecua mejor al flujo del deudor. Suele estar subordinada a la deuda bancaria y, por ende, requiere garantías reales.
- El financiamiento de adquisición o deuda mezzanine. Cronogramas a 7-8 años con un periodo de gracia inicial, pagos incrementales, una cuota balloon y algún mejorador de retorno ligado al performance del negocio. Este financiamiento se suele utilizar para reducir el monto de capital requerido en inversiones de private equity. Se subordina a todas las deudas y solo tiene mejor prelación de cobro que el capital.
Quizás el mayor contrapeso a la fecha se haya dado con el factoring, donde empresas especializadas y fondos de inversión compiten crecientemente con los bancos y proveen liquidez a empresas pequeñas y medianas a cambio de un descuento en el precio de compra de sus facturas.
Las sociedades administradoras de fondos tienen la oportunidad de cubrir los espacios que dejan los bancos al endurecer sus términos y enfocarse en financiar a las empresas de menor riesgo. El reto es estructurar productos que sean atractivos para una creciente base de inversionistas tanto institucionales y corporativos como personas naturales.
Al momento son pocos los inversionistas institucionales evaluando este tipo de productos. A pesar de ello, la mayoría de las administradoras de fondos siguen apostando por este segmento para fondear sus productos.